Naiker
23/11/2010, 10:33
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A menudo se suele propagar la idea de que la mayoría de los científicos del mundo creen en Dios o se adscriben a alguna clase de religión. Dejando de lado que el concepto de Dios probablemente será distinto entre una persona formada en ciencia y cualquier ciudadano común, esta idea sólo pondría de manifiesto que los científicos también son seres humanos, con sus debilidades y miedos.
No obstante, la idea es falsa. Diversos estudios demuestran que los científicos, a medida que incrementan sus conocimientos y su excelencia, se apartan de las sendas más trilladas de la fe o directamente se adscriben al ateísmo (o a un deísmo inocuo o a un panespiritualismo incompatible con las religiones tradicionales, como señala el físico Alan Sokal).
Lo que sucede es que públicamente resulta controvertido declararse como ateo (en EEUU, sería impensable, por ejemplo, ateísmo y presidencia de la nación). De manera que los científicos que se ganan la vida con su imagen pública no suelen ser demasiado taxativos en sus opiniones. Pero en encuestas privadas, los datos apuntan algo muy distinto.
Para respaldar esto, Sokal ofrece datos de un sondeo reciente que muestra que aproximadamente el 39 % de los científicos estadounidenses cree en “un Dios a quien rezar a la espera de una respuesta”, mientras que el 45 % no son creyentes y un 15 % no tienen opinión definida.
Entre los miembros de la Academia Nacional de Ciencias, la creencia en Dios se desploma a un 7 %. Un 72 % no cree en Dios. Y un 21 % es agnóstico.
En 1914 y 1933, el psicólogo James H. Leuba se propuso poner a prueba la hipótesis de que cuanto más instruida es la gente, menos probable es que crea en Dios. Para ello, realizó una encuesta entre científicos estadounidenses, y sus respuestas confirmaron la idea de que es mucho menos probable que crean en Dios los miembros de este colectivo que el público general. En 1997 y 1998, Edward J. Larson y Larry Witham publicaron dos artículos en Nature mostrando los resultados de sendos estudios en los que se repitieron las encuestas de Leuba.
La mayor propensión a la increencia de los “grandes” científicos, Leuba la atribuyó a su “superior conocimiento, entendimiento y experiencia”, y los resultados de 1998 confirmarían sus predicciones. Larson y Witham, a pesar de ser creyentes ellos mismos (Larson asiste a una iglesia metodista y Witham declara sentirse confortable con el Dios definido por Leuba), no dejan de reconocer que el resultado de su encuesta es coherente con otros datos estadísticos, y citan al historiador Paul K. Conkin (1998): “Hoy, cuanto mayor es el nivel educativo de los individuos, o mejores sus resultados en test de inteligencia o de rendimiento, menos probable es que sean cristianos”. Los datos de que disponemos en España apuntan en el mismo sentido (Pérez-Agote, Santiago 2005, pp. 43 y 82): conforme aumenta el nivel de estudios, disminuye la creencia en Dios; el 90,4 % de los españoles sin estudios creen en Dios, pero sólo el 55,5 % de quienes tienen estudios superiores. Entre éstos, no reza nunca el 43,7 %, pero sólo el 15,8 % de quienes carecen de estudios.
A menudo se suele propagar la idea de que la mayoría de los científicos del mundo creen en Dios o se adscriben a alguna clase de religión. Dejando de lado que el concepto de Dios probablemente será distinto entre una persona formada en ciencia y cualquier ciudadano común, esta idea sólo pondría de manifiesto que los científicos también son seres humanos, con sus debilidades y miedos.
No obstante, la idea es falsa. Diversos estudios demuestran que los científicos, a medida que incrementan sus conocimientos y su excelencia, se apartan de las sendas más trilladas de la fe o directamente se adscriben al ateísmo (o a un deísmo inocuo o a un panespiritualismo incompatible con las religiones tradicionales, como señala el físico Alan Sokal).
Lo que sucede es que públicamente resulta controvertido declararse como ateo (en EEUU, sería impensable, por ejemplo, ateísmo y presidencia de la nación). De manera que los científicos que se ganan la vida con su imagen pública no suelen ser demasiado taxativos en sus opiniones. Pero en encuestas privadas, los datos apuntan algo muy distinto.
Para respaldar esto, Sokal ofrece datos de un sondeo reciente que muestra que aproximadamente el 39 % de los científicos estadounidenses cree en “un Dios a quien rezar a la espera de una respuesta”, mientras que el 45 % no son creyentes y un 15 % no tienen opinión definida.
Entre los miembros de la Academia Nacional de Ciencias, la creencia en Dios se desploma a un 7 %. Un 72 % no cree en Dios. Y un 21 % es agnóstico.
En 1914 y 1933, el psicólogo James H. Leuba se propuso poner a prueba la hipótesis de que cuanto más instruida es la gente, menos probable es que crea en Dios. Para ello, realizó una encuesta entre científicos estadounidenses, y sus respuestas confirmaron la idea de que es mucho menos probable que crean en Dios los miembros de este colectivo que el público general. En 1997 y 1998, Edward J. Larson y Larry Witham publicaron dos artículos en Nature mostrando los resultados de sendos estudios en los que se repitieron las encuestas de Leuba.
La mayor propensión a la increencia de los “grandes” científicos, Leuba la atribuyó a su “superior conocimiento, entendimiento y experiencia”, y los resultados de 1998 confirmarían sus predicciones. Larson y Witham, a pesar de ser creyentes ellos mismos (Larson asiste a una iglesia metodista y Witham declara sentirse confortable con el Dios definido por Leuba), no dejan de reconocer que el resultado de su encuesta es coherente con otros datos estadísticos, y citan al historiador Paul K. Conkin (1998): “Hoy, cuanto mayor es el nivel educativo de los individuos, o mejores sus resultados en test de inteligencia o de rendimiento, menos probable es que sean cristianos”. Los datos de que disponemos en España apuntan en el mismo sentido (Pérez-Agote, Santiago 2005, pp. 43 y 82): conforme aumenta el nivel de estudios, disminuye la creencia en Dios; el 90,4 % de los españoles sin estudios creen en Dios, pero sólo el 55,5 % de quienes tienen estudios superiores. Entre éstos, no reza nunca el 43,7 %, pero sólo el 15,8 % de quienes carecen de estudios.