Naiker
29/10/2009, 00:53
LA DIGNIDAD...
Cuentan que una bella princesa estaba buscando consorte. Aristócratas y
adinerados señores habían llegado de todas partes para ofrecer sus
maravillosos regalos. Joyas, tierras, ejércitos y tronos conformaban los
obsequios para conquistar a tan especial criatura.
Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo, que no tenía más
riqueza que amor y perseverancia. Cuando le llegó el momento de hablar,
dijo: Princesa, te he amado toda mi vida. Como soy un hombre pobre y no
tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor.
Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y
sin más ropas que las que llevo puestas. Esa es mi dote..."
La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar: Tendrás
tu oportunidad: Si pasas la prueba, me desposarás". Así pasaron las horas y
los días. El pretendiente estuvo sentado, soportando los vientos, la nieve y
las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su
amada, el valiente vasallo siguió firme en su empeño, sin desfallecer un
momento. De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la
esbelta figura de la princesa, la cual, con un noble gesto y una sonrisa,
aprobaba la faena.
Todo iba a las mil maravillas. Incluso algunos optimistas habían comenzado a
planear los festejos. Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la
zona habían salido a animar al próximo monarca.
Todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora
para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la
perplejidad de la joven princesa, se levantó y sin dar explicación alguna,
se alejó lentamente del lugar.
Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño
lo alcanzó y le preguntó:
- ¿Qué fue lo que te ocurrió? ... Estabas a un paso de lograr la meta...
¿Por qué perdiste esa oportunidad?... ¿Por qué te retiraste?...
Con profunda consternación y algunas lagrimas mal disimuladas, contestó en
voz baja: "Si ella no me ahorró un día de sufrimiento...
Ni siquiera una hora, es porque no merecía mi amor".
¡El sentirse merecedor no siempre es egolatría sino dignidad!.
Cuando damos lo mejor de nosotros mismos a otra persona, cuando decidimos
compartir la vida, cuando abrimos nuestro corazón de par en par y desnudamos
el alma hasta él ultimo rincón, cuando perdemos la vergüenza, cuando los
secretos dejan de serlo, al menos merecemos comprensión.
Que se menosprecie, ignore, olvide o desconozca fríamente el amor que
regalamos a manos llenas es desconsideración o, en el mejor de los casos,
desinterés o ligereza. Cuando amamos a alguien que además de no
correspondernos desprecia nuestro amor y nos hiere, estamos en el lugar
equivocado.
Esa persona no se hace merecedora del afecto que le prodigamos. Nadie se
quedara tratando de agradar y disculpándose por no ser como a otros les
gustaría que fuera.
En cualquier relación de pareja o de cualquier otro tipo que tengas, no te
merece quien no te ame, y menos aun, quien te lastime. Y si alguien te hiere
reiteradamente sin "mala intención", puede que te merezca pero no te
conviene. Retirarse a tiempo con la satisfacción de haber dado lo mejor de
nosotros mismos es... ¡DIGNIDAD!.
Cuentan que una bella princesa estaba buscando consorte. Aristócratas y
adinerados señores habían llegado de todas partes para ofrecer sus
maravillosos regalos. Joyas, tierras, ejércitos y tronos conformaban los
obsequios para conquistar a tan especial criatura.
Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo, que no tenía más
riqueza que amor y perseverancia. Cuando le llegó el momento de hablar,
dijo: Princesa, te he amado toda mi vida. Como soy un hombre pobre y no
tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor.
Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y
sin más ropas que las que llevo puestas. Esa es mi dote..."
La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar: Tendrás
tu oportunidad: Si pasas la prueba, me desposarás". Así pasaron las horas y
los días. El pretendiente estuvo sentado, soportando los vientos, la nieve y
las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su
amada, el valiente vasallo siguió firme en su empeño, sin desfallecer un
momento. De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la
esbelta figura de la princesa, la cual, con un noble gesto y una sonrisa,
aprobaba la faena.
Todo iba a las mil maravillas. Incluso algunos optimistas habían comenzado a
planear los festejos. Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la
zona habían salido a animar al próximo monarca.
Todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora
para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la
perplejidad de la joven princesa, se levantó y sin dar explicación alguna,
se alejó lentamente del lugar.
Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño
lo alcanzó y le preguntó:
- ¿Qué fue lo que te ocurrió? ... Estabas a un paso de lograr la meta...
¿Por qué perdiste esa oportunidad?... ¿Por qué te retiraste?...
Con profunda consternación y algunas lagrimas mal disimuladas, contestó en
voz baja: "Si ella no me ahorró un día de sufrimiento...
Ni siquiera una hora, es porque no merecía mi amor".
¡El sentirse merecedor no siempre es egolatría sino dignidad!.
Cuando damos lo mejor de nosotros mismos a otra persona, cuando decidimos
compartir la vida, cuando abrimos nuestro corazón de par en par y desnudamos
el alma hasta él ultimo rincón, cuando perdemos la vergüenza, cuando los
secretos dejan de serlo, al menos merecemos comprensión.
Que se menosprecie, ignore, olvide o desconozca fríamente el amor que
regalamos a manos llenas es desconsideración o, en el mejor de los casos,
desinterés o ligereza. Cuando amamos a alguien que además de no
correspondernos desprecia nuestro amor y nos hiere, estamos en el lugar
equivocado.
Esa persona no se hace merecedora del afecto que le prodigamos. Nadie se
quedara tratando de agradar y disculpándose por no ser como a otros les
gustaría que fuera.
En cualquier relación de pareja o de cualquier otro tipo que tengas, no te
merece quien no te ame, y menos aun, quien te lastime. Y si alguien te hiere
reiteradamente sin "mala intención", puede que te merezca pero no te
conviene. Retirarse a tiempo con la satisfacción de haber dado lo mejor de
nosotros mismos es... ¡DIGNIDAD!.